Como la
santidad no es una opción ética, ni un razonamiento existencial, ni un
voluntarismo moral, hay algo que es común a todos los santos, y es que todos,
sin excepción, vivieron del amor de Cristo y su vida fue una respuesta al amor
de Cristo
Cristo los amó
primero y ellos amaron al saberse amados. Sus vidas cambiaron por completo, se
transformaron, se transfiguraron, al descubrir este mayor amor de Cristo y
desde entonces y para siempre, nada ansiaban ni buscaban ni deseaban sino poder
amar a Cristo.
La santidad
encuentra su ser más hondo en el amor de Jesucristo.
“‘No
anteponer nada al amor de Cristo'. En esto consiste la santidad, propuesta que
vale para todo cristiano y que es una verdadera urgencia pastoral en nuestra
época, en la que se siente la necesidad de arraigar la vida y la historia en
sólidas referencias espirituales" (Benedicto XVI, Ángelus, 10-julio-2005).