El camino espiritual de Teresa Martin fue solitario.
Cierto que recibió mucho de su familia, de sus educadores y de sus maestros del
Carmelo, pero ningún sacerdote la marcó profundamente. El Espíritu Santo trazó
en ella un sendero de autenticidad - « No he buscado más que la
verdad » - que le reveló las profundidades del Amor trinitario y un
« caminito » para unirlos sin ninguna preocupación didáctica.
Todo
surgió de la vida, de los acontecimientos cotidianos releídos a la luz de la
Palabra de Dios. Su aportación incomparable a la espiritualidad del
siglo XX es una vuelta al Evangelio en su pureza más radical.
« Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los Cielos ».
(Mateo 18,3).