Quien
se acerca a Jesucristo, lo come y se lo mete dentro de sus propias entrañas,
por fuerza arde, se abrasa, se consume, y se convierte en incendiador como el
mismo Jesucristo.
Jesucristo
dijo que se abrasaba, que no se podía aguantar más hasta que viese
arder toda la tierra. Y el Espíritu que nos manda en Pentecostés viene
encerrado en lenguas de fuego. Con la luz de la fe, nosotros entendemos las
palabras y desciframos los signos. Por eso, como Pablo (2Corintio 5,14), queremos
que el amor de Jesucristo no nos deje parar... Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Contemplando
el amor de Jesús, manifestado en su Corazón traspasado, Él nos hace capaces del
amor divino. ¡Quiere divinizarnos con su amor.
¡ BENDITO Y ALABADO SEA SU CORAZÓN !
¡ BENDITO Y ALABADO SEA SU CORAZÓN !