¿Pero cómo, clavado, enseñas tanto?
Debe ser que siempre estás abierto,
¡Oh Cristo, Oh ciencia eterna, Oh libro santo!”
(Lope de Vega)
¡Oh maravillosa y nueva virtud! ¡Lo que no hiciste
desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de
ladrones! Y no solamente la cruz, más la misma figura que en ella tienes, nos
llama dulcemente a amor; la cabeza tienes reclinada, para oírnos y darnos besos
de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos
tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el
costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para
esperarnos y para nunca poder apartarte de nosotros. De manera, que mirándote,
Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas
de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que
nunca te olvide de mi corazón”.
(San Juan de Ávila, “La locura de la
cruz”)