¡Mi Cielo! En hostia pequeña está todito encerrado.
Y sólo Jesús mi Esposo, pudo hacer ese milagro.
Aquí, al amor de la lumbre, ambos juntos nos pasamos,
Las largas noches de invierno nuestros amores cantándonos.
¡Oh, que instantes tan felices aquellos en que yo le
abro.
La puerta y en mi morada entra Jesús disfrazado!
Y al entrar ¡Cual se transforma este mi valle de llanto!
¡No hay Cielo como mi Cielo, desde que entra mi Amado!
(S. Teresita)